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Un poco de calor.

Estando en Holanda aprendí a disfrutar de un día soleado. ‘Solea’ y acá todo cambia; las terrazas, desoladas gran parte del año, se llenan de una multitud sedienta de vitamina D, las plazas y calles se ven más transitadas, los holandeses parecen más felices. A veces llego a pensar que es por el frío que se les congela el rostro provocando esa seriedad rígida y pérdida de expresión facial, pero creo que el corazón lo tienen blando.
Hace unos días realmente hizo mucho calor, se deseaba estar en la playa con una piña colada en la mano y sin pensar en nada, ver cómo se va la vida en un momento de disfrute. Esos días… esos días son pocos en Holanda.
Un buen día hizo un calor delicioso y el vecino armó una piscina para que los niños gocen saltando y salpicando. Mis hijas, que genéticamente están modificadas, son tímidas para acercarse a otros niños, pero ese día a insistencia mía fueron y pidieron permiso para unirse al grupo. Casualmente fueron varios días de sol y calor delicioso, pero no todos los días estaban los vecinos y mis hijas miraban desde el balcón con ganas de meterse a la piscina.
En mi afán de engreír a mis niñas les compré una piscina, según yo no muy grande, para colocarla en el balcón. Las niñas se alegraron y nos pusimos manos a la obra. Sofía con lo entusiasta que es se puso a inflar y pensar cómo haríamos para llevar agua porque no tenemos manguera y yo me comencé a preocupar porque temía que era demasiado grande para el balcón y también sobre cómo llevaríamos el agua.
A pesar de tanto esfuerzo no pudimos hacerlo solas. Llegó Jeroen y nos ayudó con todo. Una vez armada la piscina, llena de agua limpia, el sol brillando en todo su esplendor, las niñas listas con ropa de baño y untadas con crema solar se fueron a jugar a la piscina del vecino.