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Jugando a las escondidas

Hace ya algunos meses llegó un monstruo gigante, un desconocido. Llegó sin avisar, como esas visitas que llegan borrachas en medio de una reunión formal. Llegó a desentonar nuestro modo de vivir.

Al ser un completo desconocido y queriendo arrasar con todo que se le atravesara por el camino, no quedó de otra que esconderse. Todos nos inmovilizamos, nos invadió el miedo y la incertidumbre, el monstruo amenazaba con aniquilarnos, con quitarnos lo más preciado y a veces lo menos valorado: ‘La vida’.

Vino para quedarse, a pasos agigantados avanzó por lugares inhóspitos, con una sonrisa dibujada en el rostro, orgulloso de lo que sólo el más cruel podría lograr: Vino a arrebatarnos nuestra libertad. Cuando el intruso llegó, empezamos a jugar a las escondidas, a asomar la cabeza por la puerta con mucha precaución, nadie entra y nadie sale, así son las reglas de este juego. Nadie se toca, nos olvidamos de los besos y los abrazos, se postergaron esos bailes desenfrenados que sólo puedes hacer en libertad, ya no se baila pegadito.

Pero nosotros como humanidad no podíamos quedarnos sin hacer nada, empezamos a buscar culpables, eso es innato entre nosotros, al parecer nos hace sentir mejor.

Cuando empezó la pandemia, en nuestro desconcierto nos preguntábamos: ‘¿Pero por queeé?’ Con el transcurso de los días se demostró que el brote de este inquieto virus fue en un mercado de una ciudad del lejano oriente. En ese momento empezó a crearse un sinfín de teorías conspirativas. Inmediatamente se dijo que ese maldito virus había sido creado adrede porque había fuerzas superiores que nos vienen a gobernar. Entonces uno se pregunta quiénes son esas fuerzas y salen respuestas al aire, de pronto escuchas ‘de la gran Elite que gobierna al mundo en silencio, que existe desde tiempos desconocidos y está compuesta por personajes poderosos que quieren aniquilarnos’.

Luego pienso y hasta me preocupo… o sea por la hueva estoy acá trayendo retoños al mundo para que un par de ricachones hambrientos de poder nos pongan un virus y quién sabe dónde terminemos mi estirpe y yo. Luego me tranquilizo y pienso que no es posible porque sería muy fácil, además porque yo no estoy en esa cúpula.

Mientras jugamos a las escondidas, cansados de mirarnos las caras, desconsolados porque no podemos ir a la discoteca a meternos una rumba, nos dan una pequeña esperanza: ‘La vacuna’. Todos respiramos aliviados y luego nos dicen: ‘Pero la vacuna se desarrolla en muchos años’. Así que volvemos a buscar culpables, sobre todo porque los científicos, expertos y personas que sí saben nos prometen que tratarán de conseguirla lo más rápido posible. La población se levanta y presenta su protesta, en nuestra ignorancia nos atrevemos a dudar de la experiencia de estos sabios culpándolos de tener segundas intenciones que nos someterán a ese gobierno invisible. ‘Esa vacuna, señores, viene con un chip incorporado con una tecnología nunca antes vista, te reprogramarán como si fueras un robot, harás lo que te digan los poderosos, tendrás incontinencia urinaria y te seguirán a donde vayas, escucharán lo que digas y verán a través de tus ojos’. Pero me acuerdo de que tengo el teléfono siempre a mi lado y además mal protegido y sé que quien quiera me encuentra y hasta me puede chantajear.

Los poderosos tienen un plan macabro para cada uno de nosotros, por eso cambiaron el nombre de pandemia a plandemia, nos quieren eliminar para que llegue una invasión extraterrestre y entreguemos nuestros corazones y ADN para dar lugar a nueva raza, una raza indestructible a la que no le dé ningún virus… Oe queeee, ya quemé! Ahí no más.