Archivo por meses: noviembre 2018

Una cita con la amistad

11:00 tengo una cita con Gabi y con Astrid en Utrecht. Antes solíamos vernos más temprano, así yo tenía suficiente tiempo para regresar a casa. Ahora la situación ha cambiado porque Astrid tiene una hermosa bebé de pocos meses y Gabi está embarazada de muchos meses. Tengo muchas ganas de verlas, las veo muy poco.

Las conocí precisamente en Utrecht, en la escuela de idiomas donde mi intención era aprender el holandés como lengua materna aunque pasé por allí sin mucho éxito. Yo vivo en Amersfoort, no vivo en el centro pero me encantaría, vivo en un barrio al norte de la ciudad donde pasan autobuses cada 15 minutos. Claro que siempre puedo transportarme en bicicleta pero con el frío y a veces el calor. prefiero el bus.

Llego a la estación casi siempre con tiempo. Especialmente en horas punta está muy llena y me distraigo viendo a la gente, me encanta verles los ojos tan multicolores, azules, verdes, marrones y raros que son mis favoritos.

A veces me pasa que, como hoy, llego justo a tiempo, el tren partía a las 9:58, hice mi chequeo a las 9:56, se me desataron los pasadores, no le di importancia, seguí corriendo escaleras abajo y veo a la conductora subiendo al tren y pienso que ya me dejó, sigo corriendo y la puerta del tren se cierra, una señora de la edad de mi mamá me dice «ya se va». Ta ma, pienso. 9:58 el tren ya se fue.

Me siento y pienso que todavía tengo tiempo, aunque quiero llegar a la estación más temprano porque me encanta, es un centro comercial muy grande y aunque no compro (mucho) me divierto mirando escaparates, me siento y tomo un café, invito a mi soledad y disfruto de su compañía.

Casi siempre que estoy en esta estación llevo un detalle a mis hijas, pienso que cuando crezcan un poco más iremos de compras por allí y tomaremos un café juntas.

Por fin me encuentro con mis amigas, confirmo que la vida no tiene freno, luego de abrazamos y besarnos decidimos quedarnos en la estación, nos sentamos en un Starbucks, más cómodo para todas, antes íbamos más lejos y compartíamos el gusto por los bagels. Nos desparramamos en los cómodos sofás todas con algo de más. Astrid con un bebé en brazos, Gabi con una barriga que crece sin piedad y yo con unos kilos de más.

Sint – Maarten

La llegada del 11 de noviembre me alerta que el año está terminando, las niñas piden lámparas para salir a pasear por las calles e ir de puerta en puerta pidiendo dulces, tradición comparable a la de Halloween pero esta vez se recuerda a Sint-Maarten.

Esta tradición se celebra en pocos países de Europa como es en Holanda, Alemania y parte de Francia. Los niños salen a pasear en grupos acompañados por sus padres, tocan puertas y entonan canciones un poco tontas que hablan de las colas de las vacas, de las faldas de las niñas y también de que es el día de encender las lámparas. Luego de entonar una canción el anfitrión les convida una golosina. Algunos, porque creen que es divertido, les ofrecen una fruta que los niños no dudan en rechazar porque hoy es día de dulces.

Pero quién fue Maarten van Tours? Este señor que luego se haría santo, nació en el año 316, hijo de padres romanos. Al llegar a lo adolescencia se unió al ejército romano. La leyenda cuenta que cuando Maarten llegó a la puerta de la ciudad francesa de Amiens encontró un mendigo por el que sintió compasión y compartió con él la mitad de su capa. Se dice que el mendigo era la encarnación de Jesús y le dijo «Estaba desnudo y tu me vestiste».

Luego de esta revelación, Maarten se convirtió al cristianismo, fundó el primer monasterio en Pointiers y también fue elegido obispo de Tours, yació el 8 de noviembre del 397 en Candes.

Pero existen muchas leyendas basadas en el festejo de esta fiesta, lo cual me sorprende porque Holanda no es un país católico o cristiano, en su mayoría, la población es atea o no creyente, sin embargo también se dejan arrastrar por ciertos festejos paganos.

Paciencia

La paciencia es una virtud que los holandeses tienen y disfrutan aunque no lo saben.

Al pasar los meses desde mi arribo a estas tierras lejanas me preguntaba: ¿Por qué todo va tan lento? ¿Por qué debo usar una agenda? ¿Para qué esperar tanto? De pronto me ví con agenda en mano anotando la cita con el oftalmólogo que está programada para dentro de 7 meses. ¿Qué me pasó? Soy una más atada al sistema.

Esperar, esperar, seguir esperando… eso lo aprendí aquí. Nunca supe esperar, a veces espero tanto que me olvido de que estoy esperando y de repente la agenda me lo recuerda. Pero a veces también sucede que no lo anoto en la agenda y olvido algún evento o se me cruza con otro.

La santa paciencia de este país me ha transformado en una mujer paciente y desacelerada. Se puede decir que he desarrollado una virtud sin esfuerzo, algo positivo. Parece una cuestión de karma que, cuando voy al súper, delante de mi está alguien que pagará con monedas de 5 centavos o cuya tarjeta no funciona o que dice ‘espere un momento’ porque se olvidó algún producto. Tal situación parece no importar a los demás pero a mi me enerva sobremanera, no lo soporto, pero luego recuerdo que estoy en Holanda y se me pasa.

Cuando quiero dar un examen o pedir una cita, toca entrenar la paciencia porque será en un plazo no muy breve y recibir resultados tomará una eternidad.

Mientras escribo estas líneas me doy cuenta de por qué los pacientes médicos se llaman pacientes. Será que el primer paciente fue holandés?

No puedo pedir a un país que cambie por mi, sólo puedo decir ‘oh dulce paciencia, dame más paciencia’.