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Mis recuerdos despiertan.

Viernes 13 de noviembre del 2015, el mundo se pone en alerta. En todos los medios no se dejaba de leer y escuchar sobre el atentado terrorista ocurrido en París. Nadie lo puede creer, tanta destrucción, tanta maldad, tan poca piedad por la humanidad. Acontecen hechos similares y hasta peores alrededor del mundo, pero este fue particularmente impactante porque no es zona de conflicto y nadie lo esperaba.  
Este suceso me remontó a mi infancia, cuando tenía nueve años y vivía en Cusco, Perú con mi mamá y mis hermanos. Los viernes por la tarde mi madre y yo viajábamos a Pitumarca, un pueblo hermoso entre las montañas, mi papá vivía allí.

  
Hacíamos el viaje en tren y siempre se oía a una mujer ciega pidiendo limosna en un tono cantado: «una limosnita mamaaaaa, una limosnita papaaaaaaa… gracias mamaaaaa gracias papaaaaa… » También recorría los vagones una señora mayor que vendía unos deliciosos pasteles que mi madre no hesitaba en comprar para mi. Cómo me gustaba viajar en ese tren! Amaba estar sentada junto a mi madre quien, cuando me daba sueño, me recostaba en su regazo y me hacía cariños peinando mi cabellera con sus dedos.
Ese viaje en particular lo hicimos en compañía de mi tío, hermano de mi papá. Luego de dos horas llegamos a nuestro destino (que no era el final), bajamos del tren y esperamos en la estación a mi papá, porque Pitumarca quedaba a 7 km de aquel lugar. Al ver que no llegaba (cosa rara) decidimos ir a la plaza del pueblo a preguntar si lo habían visto pasar pero no encontramos a nadie. Empezaba a oscurecer así que mi mami y mi tío decidieron emprender la caminata. Ya era de noche pero había una luna llena preciosa que alumbraba el sendero.
Mientras avanzábamos oímos una ráfaga que nos alertó, pero mi tío muy relajado comentó que probablemente era algún cazador. Casi inmediatamente pasó un Wolkswagen blanco modelo escarabajo al que saludaron, ya que el propietario era un vecino, pero éste pasó raudamente sin responder el saludo. Llegamos a un puente donde había un policía haciendo guardia, nos detuvo y nos dijo que no sigamos: ‘Los terroristas han tomado Pitumarca’. Nos dijo que el pueblo estaba ardiendo, mi tío desesperado quiso seguir caminando entre maizales y otras plantaciones porque mi abuela estaba en el pueblo, mi mamá no le dejó. Preguntaron por mi padre y el policía dijo que había ido a una población cercana a traer refuerzos policiales. Con el policía resguardándonos decidieron regresar al pueblo donde nos dejó el tren; llegamos y esperamos. De pronto apareció mi padre, yo lo vi como un titán montado en su camión azul lleno de decenas de uniformados. Nos hizo subir y nos dio a entender que mi abuela estaba bien, que debíamos ir a Pitumarca, dejar a los policías y velar por nuestra familia que estaba en el pueblo en aquel momento.
Nunca pude olvidar la imagen de aquella noche, jamás lo entendí. Llegamos y el pueblo estaba a oscuras, olía a fuego y polvo. En la plaza principal ardía el puesto policial y a ella estaba la casa de mi abuela donde también tenía una tienda. La puerta estaba bombardeada, la tienda quemada y saqueada.
En el momento en el que se inició el acto sanguinario mi abuela y una clienta atinaron a cerrar la puerta y huir por la puerta trasera, corrieron sin parar y se pudieron salvar. La vi esa noche, mi abuela tenía miedo pero decía ‘estoy bien, todos estamos bien’. Mi madre me cogía de la mano, no me dejaba ir. Yo quería ver más y vi como leían algo en la pared, era una lista de personas que debían morir y en ella figuraba el nombre de mi padre y de toda nuestra familia. ‘¿Por qué debían morir?’ me preguntaba, ‘si son buenos, ayudan a todos y trabajan siempre’.
Fuimos a nuestra casa con miedo, recogimos algunas cosas y regresamos a Cusco. No recuerdo durante cuánto tiempo dejé de ir al pueblo porque se sentía el miedo.

  
Ese día fueron asesinadas varias personas, dejaron huérfanos, viudas y hermanos desconsolados.
Este acto terrorista de París me hizo recordar algo que creía olvidado, que quizás de alguna manera pude bloquear. Ahora cierro los ojos y aparece esa imagen de Pitumarca ardiendo, el pueblo donde fui feliz, donde pase una infancia feliz.
Me gustaría decir que quiero paz, que no quiero que mis hijas experimenten lo que yo. Pero no, siempre habrá violencia, el ser humano es cruel y cuando quiere poder no tiene límites, usa como pretexto la religión, la raza, la política, etc.
Lo bueno es que podemos luchar, por un mundo mejor, sin violencia, empecemos por nosotros, estemos en paz.

mi papi paseando con mi hija mayor donde fuí feliz .